viernes, 15 de abril de 2011

THE ROCKY HORROR PICTURE SHOW (1975) La revolución de los raros, no apta para normales.



RHPS es de esas películas inclasificables, que no encajan en ningún lado.

Podemos decir que es un musical que parodia los thillers de ciencia-ficción de los años 50 y 60. Pero eso es quedarnos cortos.

Por una parte, es más significativa la historia que rodea el film que el argumento del mismo.

Estrenada como una adaptación cinematográfica del popular musical londinense de Richard O’brien, RHPS fue un fiasco que defraudó tanto al público como a la crítica.

Unos años más tarde, la cinta no había muerto del todo y corría la voz de que se proyectaba a altas horas de la madrugada, en esos cines de mala muerte situados en los suburbios de las grandes ciudades. Esta proyección casi clandestina del film, atrajo a toda una generación de bichos raros, que cada Viernes de madrugada se reunían para ver una caduca cinta con melodías nostálgicas.

La marea freak revivió y hoy en día 36 años después, la película sigue dando lugar a sesiones golfas en todas las ciudades del mundo. Donde los fans la transforman en un rito, en un gran acontecimiento, en una película de culto. La gente se disfraza para la ocasión, interactúan con los personajes, realizan acciones, bailes y cantos de acuerdo con ciertos momentos del film. Acompañando de esta manera la proyección de todo un sinfín de bromas y ambientación “rockyhorrera”.

Por otra parte respecto al film en sí, cabe reconocer que puede resultar visualmente explosivo. Cuenta la historia de Brad y Janet, una pareja de jóvenes norteamericanos, inocentes, dulces (por no decir empalagosos), educados, pulcros y por supuesto vírgenes, que en pos de difundir la buena nueva de su matrimonio, se pierden por un bosque tras averiarse su coche, teniendo que refugiarse en una gigantesca mansión en medio de la nada.

Hasta ahí todo parece normal, incluso típico podríamos decir. Pero es a partir de aquí donde cualquier semejanza con lo considerado “normal” en pura coincidencia.

Ambos tienen la suerte o desgracia de caer en las manos del doctor Frank’n’Fruter, un dulce y sensual travesti que derrumbará sus cánones del buen comportamiento, iniciándolos en un juego de perversiones para nada inocente, al tiempo que asisten a la creación de Rocky, la criatura del Doctor Frank, el hombre perfecto que aliviará sus lujuriosas tensiones sexuales. Todo ello a ritmo de Rock-and-roll, acompañado de medias de rejilla, purpurina, plataformas de vértigo, y muchas otras sorpresas.

Y es que RHPS es una película que juega con lo feo y lo extravagante buscando la polémica. Es descarada, infinitamente sexual, sarcástica y artificiosa, por lo tanto a nadie deja indiferente y hasta los más tolerantes pueden sentir un leve paro cardíaco al ver a Susan Sarandon con su ropa interior para ir a misa, suplicando a gritos "Touch-a, touch-a, touch-a, touch me... I wanna be dirty!”.

Como vemos, provocar es lo que primordialmente busca este film.

Se muestra con orgullo , sin reparos, como el niño marginado del colegio, al cual sus compañeros llaman “marica” o “nenaza” y él se deja, pues lo es y le encanta.

Esto nos hace clasificar la inclasificable RHPS como un canto a la diferencia, al derecho a ser como queramos, al derecho a sentirnos únicos y capaces de lograr nuestros sueños, sin miedo a liberar esa bestia que llevamos dentro.

Quizás por eso, 36 años después de su primera proyección RHPS no ha dejado de llamar a toda una generación de jóvenes, que ven en ella algo que les identifica y les hace sentir parte de una familia al tiempo que corean sus canciones.

Yo hace unos meses que perdí la “virginidad”, como dicen los fanáticos de esta cinta épica, y puedo decir que todavía siento la dinamita de esa primera vez.

Puedo decir que todavía oigo esa voz, que desde una galaxia muy lejana me dice:

“I’m just a sweet transvestite, from transexual, transylvania”.

¿Y vosotros qué, mortales? ¿No os animáis a una perversa sesión doble de ciencia ficción?

domingo, 10 de abril de 2011

Lo que el tiempo nunca se llevó



Andamos como peces sofisticados por nuestro río personal de relaciones. Establecemos significantes para significados caducos de sentido, que son como monedas, están grises de tanto pasar de mano en mano. De nada sirve, nene.

Somos como las viejas estrellas que brillaban en el Hollywood de oro. Objetos de deseo, encarcelados en una pantalla gris. Collares de ruidosas perlas, guantes largos, labios rojos, sabor a laca y aroma a jengibre y vainilla.

El recuerdo de un tiempo pasado, la nostalgia por eso que ya no está, la esperanza de algo que siempre supimos con certeza que iba a ser para siempre, "ingenuas".
Dijimos ser estrellas de cine, y no éramos más que los protagonistas de un tragedia griega plagada de muertes ridículas
Inventamos finales felices, recreamos bodas que acabaron mal, elevamos el romanticismo a albores desconocidos. A renglones insospechados.
Fuimos las víctimas de un amor desequilibrado, de una historia desafortunada coronada por la autodestrucción.

Fuimos como dos divas, que en un intento de Aria final, acabamos muriendo por la misma causa. Solo había sitio para una. Por eso antes de que otra vez apretemos el botón que dispare las hormonas de la desesperación y suba la marea, antes de que las nubes nos hagan encontrarnos donde siempre. Antes de todo, hay que volver a englobar, en círculos rojos, los sueños que un día compartimos, todas esas veces que hicimos el amor.

Cuando me preguntan que fue de ti, les cuento siempre la leyenda, cuando hay leyenda se escribe sobre la leyenda, nunca sobre la historia. Pues los mitos son más fuertes que las constelaciones.

Y de repente suena en cualquier rincón de mi cabeza Your song, y mi corazón bombea sangre que cambia de color con cada acorde. Y tu mirada me inunda y caigo sobre ese escenario. Luz. Vuelve a mi esa época de esplendor, vuelvo a brillar con cárteles que inundan la ciudad, vuelven los vestidos, los martinis en hoteles con casino, las noches de estreno, la noche del estreno...donde todo empezó. Vuelve el esplendor de una época que nunca vivimos, o al menos en esta vida.

Dicen que la nostalgia es la enfermedad de los mayores, yo digo que no hace falta ser mayor para añorar el ayer, el pasado, cualquier página de libro, verso prolífico, lienzo de óleo o carne onírica en la que por un proceso desconocido nos quedamos atrapados eternamente.