jueves, 5 de mayo de 2011

Escondite

Las gotas de lluvia replicaban en la ventana que querían entrar. Ïgor las miraba fijamente. Pensaba en lo libre que se sentiría si fuese una pequeña e insignificante gota de agua. Un robusto ruido provocado por una ráfaga de viento hizo que el tejado de la casa retumbara.

Ante el miedo que le provocó el pensar que el techo pudiese caer, cogió el esmalte de uñas que Sara le había regalado hacía un par de semanas o quizás un par de meses. Era de un color verde brillante, con algo de purpurina. Verde esperanza, ese que le daba la seguridad que nunca tuvo. Desenroscó el botecito y sacó el pincel, dejándolo caer suavemente sobre su mal cuidada uña del dedo corazón.

Habían pasado muchas cosas y seguía sin comprender ninguna de ellas. Llevaban según el calendario de la cocina algo más de 4 meses en esa fría y mugrienta casa.

Ni siquiera sabía si seguirían buscándolos. No quería saberlo.

Las gotitas seguían replicando en el cristal de la ventana. El cielo de la ciudad parecía acompañar su soledad eterna. Se miró las muñecas, aún le escocían las heridas. Viendo las dos grandes hendiduras que cubrían sus venas se preguntaba si realmente era una locura lo que había tratado de hacer.

Era inútil preguntárselo, sabía que si había otra vez esa sería definitiva.

Nadie la pararía. Sabía que estaba en el mundo equivocado, en el cuerpo equivocado, costaba asumirlo, pero tenía que hacerlo.

De repente la tenue luz inundó la habitación. El dulce sol de Irak atravesó el cristal para darle un beso a ese andrógino ser que estaba tumbado desnudo sobre una alfombra llena de polvo y colillas. Sus largos cabellos negros cubrían unas facciones rudas y puramente masculinas. Su delgado y frágil cuerpo dejaba al descubierto sus heridas, las que ella misma se había provocado. Colgando entre sus piernas se encontraba su peor enemigo, aquel que nunca había comprendido. También lleno de pequeñas cicatrices. Colgaba triste, como un pequeño monstruo que no asusta a nadie.

¿Qué será de nosotros? Pensaba mientras se encendía una colilla recién cogida del suelo. Pensó en los demás, en el miedo, en todo lo que podía pasarles. Pensó en si eso valía la pena.

Recordó que desde Londres el colectivo les dijo que si aguantaban todo saldría bien.

Ella nunca le vio sentido a eso, nunca. A estar encerrados, aislados de la sociedad hostil esperando noticias de un traslado que iba retrasándose más y más.

Ella sabía que cumplirían condena, que les ahorcarían a los 6.

Entonces, ¿Por qué seguían ahí?

Nadie tenía respuesta, esa casa era ya para ellos su segunda piel.

El cigarrillo se consumió con sus pensamientos. Decidió que era hora de discutir, de complicar las cosas.

Mientras, en el exterior, la lluvia paró y entre los muros de una ciudad coronada de cúpulas doradas se alzó un pequeño arcoíris, que a los pocos segundo se fundó con la inmensidad de la nada.

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