jueves, 23 de junio de 2011

Crónica de una despedida

Han pasado ocho meses. Ocho meses que ahora están encerrados en cajas y maletas. Cierro los cristales de mi habitación, bajo la persiana despidiéndome de ese edificio de la facultad de Psicología, que a pesar de ser gris y triste me ha dado los buenos días todas las mañanas. Durante ocho meses, repito.

Me siento sobre la mesa y con los pies sobre la silla, miro las paredes desnudas, sin posters, sin Audrey, sin Uma, sin mi pequeña Dolores Haze.

Que duras son las despedidas.

De repente intento visualizar la primera vez que entré por esa puerta, ya que mi naturaleza melodramática tiende a dar emoción, aunque sea artificial, a los momentos como este. No obstante, no consigo recordarlo. No puedo.

Quizás porque en ese momento entre a un sitio y ahora salgo de otro diferente. Ni esta 303 es la misma que la primera noche que dormí en ella, ni yo soy el mismo niñato que sale de estas cuatro paredes. Es definitivo, he cambiado.

Me he encontrado a personas, situaciones y lugares, que han remodelado mi interior. Al principio, como es típico del cambio, sentí miedo. Nueva ciudad, nueva gente, nueva vida…desorientación. Es por eso que hace 8 meses empecé a escribir en este blog, por miedo. Ahora después de llenarlo de palabras y otras drogas, sigo escribiendo en él por algo muy distinto, por nostalgia, la enfermedad del tiempo.

Miro las cajas que me rodean y pienso “Dios Mauro, que vas a hacer con esto”. Y como dice una canción que adoro…vamos a medirlo, pero…

¿Cómo se miden 8 meses? ¿Cómo se miden 350 632,511 minutos?

¿Se miden en cajas y maletas? ¿Se miden en Jueves y viernes de resaca? ¿Se miden en periodos de exámenes? ¿Se miden en cafés, boles de cereales y cruasanes? ¿Se miden en madrugones? ¿Se miden en lágrimas, en risas, en momentos congelados?

¿Cómo se miden? Podemos medirlos en suspensos, en botones, en besos, en fotografías, en alcohol ingerido, en caladas tomadas…

Pero yo prefiero, desde la incertidumbre de esta pequeña habitación perdida en el tercer piso; medirlos en AMOR.

Ocho meses, que se miden en abrazos, en palabras, en gestos…en Amor.

Porque querido Vives, había amor en todo lo que hacíamos…en los viajes a Mercadona, las tardes en las escalinata de la entrada, en la llamada a tu timbre a las 5 de la mañana, en todos esos momentos en los que tus paredes eran escenario de esta gran aventura.

Y eso es lo que me llevo en mis, recién contadas, 9 maletas: amor en forma de momentos.

Me levanto, doy el último repaso a la habitación, miro la hora, toco las paredes, están calientes por el calor…si hablasen contarían cosas extraordinarias, historias de romances, amistades, rencores, borracheras, días sin sol, días de azúcar…algo del gusto de Tostoil o Victor Hugo.

No puedo esperar más, mi intención melodramática empieza a tener efecto, un lagrimita rueda por mis ojeras. Nunca pensé que llegaría el momento de despedir durante unos meses todo esto. El olor a sal, la dieta ambrosiana, el sol de la terraza, la luz de la biblioteca, el retumbar del ascensor…

Cierro la puerta, después de bajar todas las maletas. Clik, clik, clok.

Me acerco a garita y sin pensarlo dejo la llave. Pequeña, medio oxidada, con su etiqueta morada, rezando en un garabato “303”.

Se queda colgando mientras mira como salgo por esa pesada puerta de hierro en dirección desconocida. Sonríe por lo bajo mientras dedica miradas de tristeza a sus compañeras, aun quedan muchas por llegar.

Unas a las otras se dicen que todo termina para poder continuar, aunque en el fondo saben que están tristes.

El señor de la garita las hace callar a todas, están armando escándalo.

Y ahí se quedan dormiditas, esperando una vez más que llegue el frío y alguien las adopte de nuevo, con todo lo que ello supone.

No dicen nada, se acurrucan, les queda un largo Verano para asumirlo.

“Han sido ocho meses intensos, pero también inolvidables”

Con este fluir de pensamientos se quedan dormiditas, absortas en si mismas, en medio del vacío, en medio de la nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario